sábado, 4 de julio de 2015

El cuento andante

Lo he contado mil veces, camino y lo escupo en la cara de todos. Finjo interés en hablar de algo más y, al final, lo digo. 

Qué tienes, Pablo? Preguntó Carmen
Ah, nada contestó, saliendo de un viaje al futuro. 

Carmen volteó y me dijo
Está en otra fiesta y esa es cara de que ya valió madres. 

Ví a Pablo y comprobé la expresión. Había válido madres. 

Así qué dije: sabes, una vez lo presentí . Me encontraba en un café esperando a que cesara la lluvia para poder ir a casa en bicicleta y lo sentí. Había válido madres. 

Maldita sea! gritó Pablo mientras se levantaba de la mesa. Porque no hacen las cosas bien? 

El dolor lo llenaba, pero se cobijaba en el odio. Me vi, entonces, escribiendo aquella prosa con sentido poético que tan mal se me da y que tan fácil me sale.  

La lluvia y el café pobre, yo mojado hasta  dentro de mi ser, mi presentimiento de la la muerte de aquello, la pluma y el papel que lo documentaban, que me hacía ver que estaba conectado con el universo y podía ver mi desgracia antes de que pasara.

Vi el contraste, la posición de poder, los platillos caros, los subordinados, la atención obligada de todos y al final éramos iguales. Era yo una imagen de aquel hombre en desgracia, era yo su metáfora. Yo era a flor de piel y el me necesitaba como ficción para explicar su dolor. 

Al final éramos la pesadilla del otro. 

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