viernes, 29 de septiembre de 2017

Los vagos

Ruedo por la noche tratando de dejar atrás el cerebro, que se quede con el barrido de las luces, que caiga como el agua del charco salpicada por la llanta, entonces lo veo y me llama, lo llamo, nos llamamos, reconocemos lo igual en el extraño, en la empatía con el desconocido. Así me alcanzó el cerebro.

Vagabundo pensé, homeless, después. La primera más acertada, me gusta más. No me gusta la idea de la perdida, no esto, no aquello, mejor: el que vaga, la construcción en oposición se me hace pobre.

Lo repensé ese no era un vago, iba vestido sin harapos y en consciencia de su rumbo, no era errante. La oposición es el punto de partida. ¿Qué me fascinaba de los vagabundos? Era empatía a la ya mencionada oposición, no tenían casa, no vestían como era indicado, corrían detrás de nada, reían sin causa, eran fuera de lo que somos.

Y le doy más vueltas, son dentro de lo que somos, son por tragedia, por dolor, por exclusión, por marginación, mi idea era cursi y así se hicieron los sin casa, sin domicilio establecido, los que están en falta de algo.

Triste para mi ¿Cómo amarlos siendo así? ¿Cómo recuperar mi idea romantica? ¿Dónde está el errante sin motivación? Y digo ese hombre si era un vagabundo, un vagamundo. Camina por el mundo viendo lo que le ofrece la vida, sabe que no hay camino seguro, que lo que anda es el objetivo y no el punto final, que se construye desde el suceso y el acontecer; no de la meta fija por el mundo.

No hay que llorar la lluvia; hay que dejar que llueva y mojarse, total en algún momento se secará y si no seremos lluvia.

Levanta la mano y saluda pensando ese que rueda es un vagabundo

Construyo

Recuerdo oír la melodía saliendo de tu pecho, vibrando tu garganta, suave, el viento moviendo las hojas. Cantabas alguna ofensa, el retrato de la muerte. Yo estaba deslumbrado por el reflejo de mis entrañas en tu canto.

Quiero cantar igual y que tu interior se refleje en las ondas del aire que produzco. Empujo el aire desde el fondo, de las cavidades que guardan los espacios mas remotos. Salió muerto; pero no bello. Fue brutal y catastrófico, lo peor es que fue penoso, era más un berrinche que un canto. Tu mirada se desvió con asco y repugnancia. Ya habías visto la mierda, al menos, percibido el olor; verla salir del fondo del otro imitando la belleza de tu acto fue lo perturbador.

Ahora estoy solo con el berrinche con olor a mierda, embarrado de muerte por todos lados. La sigo revisando y poco a poco encuentro cachos de entrañas. Así construyo otra obra, ya no es un canto, es una escultura de desechos con muchos cachos tuyos.

Las ruinas

Resplandeces como lo sabes hacer siempre, los círculos perfectos se encuentran con el caos. Trenzados y amarrados en las llamas de lo infinito, en lo que vive más allá de la vida, pero muere en ella.

¿Soy feliz? Me pregunté cuando el viento era fuerte y estaba en el ojo que destruye. Lo fui, en el remolino, cuando termina quedan ruinas y todo se desvanece. Amo el torbellino, a la bestia dentro de él. Las ruinas son las que no me dejan dormir. Veo los restos de algo que no fue mío, ni tuyo, algo que nació en el choque para morir después.

Es sencillo pensar que eres la muerte y la destrucción, una catástrofe natural, que arrasa sin moral todo. Pero ahí aparezco con espíritu suicida deseando entender lo incomprensible. Frente a ti en la orilla de un pozo sin fondo. Creyendo que el torbellino está fuera, cuando también está dentro.

Lo vi al instante que tu cabello descubrió los ojos y vi una tragedia pasada, viva, un fantasma desnudo, la cara del caos. Y no eras tu, ni la aparecida, era yo, cargando muertos dentro de mi. Las ruinas no se quedaban fuera, se quedaban dentro de mi, en fantasmas.